La Conferencia Episcopal Escocesa ha montado un grupo de trabajo sobre las consecuencias de la pandemia y sus primeras conclusiones son que no reabrirán las iglesias hasta que se haya desarrollado una vacuna o una cura eficaz contra la enfermedad.
Algo que, naturalmente, podría no suceder. De hecho, el descenso de los casos en nuestro hemisferio es tan acusado con la llegada del buen tiempo que algunas de las grandes farmacéuticas que habían empezado a desarrollar la vacuna se plantean ahora abandonar el proyecto, temiendo que cuando acaben no haya enfermedad que combatir o, al menos, ninguna lo bastante grave y extendida.
Pero no son pocos los prelados católicos que parecen no tener la menor prisa para reanudar la normalidad de la vida sacramental. Así, Brian McGee, obispo de Argyll y las Islas, que preside el citado grupo de trabajo, ha declarado que “aunque será maravilloso cuando podamos reabrir nuestras parroquias, tenemos que admitir que la vida parroquial no volverá a la normalidad hasta que esté disponible una vacuna o tratamiento”. Y añade, pleno de optimismo: “No prevemos que eso suceda antes de 2021, como pronto”.
¿No es extraordinario? A tenor de las normas, la gente ya no corre grave riesgo de contagiarse en supermercados, estancos, farmacias e incluso bares y restaurantes, pero sí en las despobladas iglesias, incluso con las medidas que dicta la cautela sanitaria. Todos los países de nuestro entorno están ya dejando atrás las medidas más restrictivas y volviendo a una cautelosa normalidad, pero la Iglesia de Escocia parece decidida a ir más lejos que nadie en su temor casi irracional al contagio.
Al parecer, y a diferencia de Donald Trump -que ni es católico ni, por lo que sabemos, especialmente piadoso-, estos prelados no parecen considerar esencial lo que constituye exactamente su razón de ser.
Aunque, a decir verdad, tampoco la Iglesia americana ha saltado de gozo con el anuncio del presidente, su decisión de anular los decretos de los estados que restrinjan la celebración de los sacramentos. Más bien al contrario.
El padre Edward Beck ha publicado en la web de la CNN una columna titulada “Señor Presidente, no necesitamos abrir las iglesias para practicar nuestra fe”, en la que asegura que “usar el argumento de la “libertad de culto” para exigir la apertura de templos religiosos es una falacia que puede provocar daños físicos y en el peor de los casos la muerte”.
Lo que es realmente una falacia es interpretar que las palabras de Trump suponen “exigir la apertura de los templos” cuando en realidad solo es asegurarse de que las iglesias puedan hacerlo -o no- libremente, sin la prohibición de los gobernadores. Otra cosa es que los propios clérigos tengan pocas prisas por hacerlo porque, al parecer, no los necesitamos abiertos.