Ayer el Papa en el Ángelus, comentando el Evangelio en el que Jesús dice a los discípulos que amen a sus enemigos, dijo: “¡Qué triste es, cuando personas y pueblos que se enorgullecen de ser cristianos ven a los demás como enemigos y piensan en hacerse la guerra!”
Tal vez estemos lo suficientemente locos como para hacernos la guerra entre nosotros. Una guerra en Europa con consecuencias inimaginables. Pero al menos no nos digamos cristianos.
Estamos jugando con fuego. Quizá no nos bastan las guerras invisibles, esas guerras mundiales que cada año causan millones de muertos por hambre y pobreza, por enfermedades evitables, por la violencia de tantos conflictos olvidados, por la criminalidad de todos los días, por los accidentes en el trabajo o por esa guerra oculta que se llama soledad, exclusión, explotación, indiferencia.
Luego está la guerra de la que ya no tenemos más conciencia: aquella contra nuestros hijos asesinados en el vientre de sus madres. Quizás es la guerra más invisible. Quién sabe si algún día los descendientes nos condenarán por esta masacre silenciosa. Quien no ve estas grandes guerras da por sentada su pequeña paz. No nos condenemos a repetir los errores del pasado.
Tal vez no nos basta la pandemia que ya ha asolado a toda la humanidad, matando sin distinción y empobreciendo a los más pobres y enriqueciendo aún más a algunos ricos. Y hoy solo las amenazas de guerra aumentan la pobreza de muchos y la riqueza de unos pocos.
Preocupan las rabias y los odios que se arremolinan en el mundo: los arranques de violencia, las palabras de desprecio, las explosiones de ferocidad. Preocupan las ofensas e insultos entre los mismos cristianos. Jesús dijo que nos reconocerán por el amor que nos tenemos unos a otros. En cambio, basta con echar un vistazo a las redes sociales y a los blogs: a menudo asistimos a enfrentamientos y agresiones mutuas sin frenos, quizá en nombre de la verdad y la justicia. San Pablo dice a los gálatas: “Si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros!” (Gálatas 5,15). Pero si nos hacemos la guerra entre nosotros que creemos en el Evangelio, ¿cómo podemos pedir a los demás que no la hagan?
El Evangelio nos pide que amemos a nuestros enemigos, que venzamos el mal con el bien. Parece una utopía. Tal vez seamos tan locos como para hacernos la guerra unos a otros. Pero al menos no nos digamos cristianos.
Por: Vatican News