El prefecto de la Congregación para la Educación Católica comenta la instrucción publicada hoy sobre la “identidad” de las escuelas católicas: “El objetivo es formar comunidades en las que haya siempre atención a las personas y respeto a los más débiles”. “Queremos reiterar el principio de gradualidad y proporcionalidad para evitar choques y malentendidos”.
“La identidad no es una noción defensiva, sino propositiva. En el sentido de que tenemos unos valores que proponemos y no imponemos a nadie, también porque no somos nosotros los que elegimos a los alumnos en los colegios, sino que son los alumnos y las familias los que eligen nuestros colegios”. El Cardenal Giuseppe Versaldi, Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, aclara inmediatamente el sentido de la instrucción publicada hoy por su Dicasterio, titulada “La identidad de las escuelas católicas para una cultura del diálogo”. El diálogo es una parte fundamental de la identidad católica”, explicó el cardenal a los medios de comunicación del Vaticano, “porque miramos al maestro, Cristo, que ‘hizo escuela’ saliendo a la calle, encontrándose con la gente, reuniendo a todos, incluso a los que pensaban de forma diferente”.
¿Es esto lo que se quiere decir cuando en educación se afirma que la escuela católica es una “escuela para todos”?
Cito a un gran santo educador, San Juan Bosco: “La educación es una cuestión de corazón”. Con este documento queremos formar comunidades en las que siempre haya atención a las personas, respeto especialmente a los más débiles, y en las que circule el testimonio del amor, que es la característica principal de la Iglesia católica.
Más allá de eso, ¿cuáles son los valores de una escuela católica?
Seriedad, disciplina, investigación, profesionalidad, pero sobre todo ese clima de caridad y respeto que debe ir unido a otras fuerzas educativas. El joven debe sentirse acompañado, no en un clima de severidad o cientificidad, sino por personas que respeten, propongan, corrijan y permitan que surja una personalidad libre, íntegra, como ciudadano y como cristiano.
En cuanto a los jóvenes, se ha denunciado varias veces, – incluso por parte del Papa – , un fuerte individualismo en las nuevas generaciones. Una deriva en las relaciones afectivas y sociales, acentuada también por la pandemia. ¿Cómo se puede abordar esto y fomentar el crecimiento?
La experiencia de Covid ha ralentizado las comunicaciones sociales, pero ha hecho aún más evidente lo importante que es la solicialización: estudiar, discutir, jugar juntos, para realizar una idea social en la que cada uno aporte su contribución respetando la de los demás. Nuestras escuelas católicas deben ser un ejemplo de ello y también un vehículo para que maduren en la sociedad modelos de diálogo, fraternidad y democracia. Si no se aprende en la escuela, es difícil que ocurra en la sociedad.
¿El proceso de maduración incluye también la esfera sexual? ¿Cuál es el enfoque de las escuelas católicas?
Preferimos hablar de maduración afectiva, que naturalmente incluye la maduración sexual, donde la sexualidad es entendida en su sentido global, como Dios quiere. Las relaciones amorosas deben ser un tema aceptado en nuestras escuelas y no ser censuradas. Tampoco hay que dejarlas llevar por la corriente mundana que presenta modelos poco creíbles. Por lo tanto, junto a la educación, es necesaria una formación que trate de transmitir el respeto a la persona y el verdadero concepto de amor, que no consiste en tomar y poseer, sino en darse mutuamente.
La educación afectiva/sexual es una de las cuestiones que las familias suelen “delegar”, voluntariamente o no, en los centros educativos. Y es precisamente la relación entre padres y profesores lo que más destaca la hodierna instrucción, que invita a renovar la colaboración mutua…
Este es uno de los puntos fundamentales. No sólo la colaboración familia-escuela, sino también la colaboración entre parroquias, asociaciones e instituciones estatales. Es ese pacto educativo global al que nos invita el Papa Francisco. Sólo si hay un diálogo y un acuerdo honesto sobre los puntos fundamentales de la antropología cristiana -que es la antropología humana- podremos ayudarnos a crecer. La esperanza, por tanto, es que pueda realizarse una entera comunidad educativa, incluyendo la escuela y la familia. Sobre todo la familia, que es la depositaria de la elección educativa de los valores a dar a sus hijos. Aunque con el tiempo, como hemos dicho, esto se ha delegado a menudo, con consecuencias negativas.
¿Cómo se pueden afrontar estos retos en la práctica?
Trabajando juntos para formar a los formadores. Nuestros profesores deben estar formados para transmitir ideas, pero también para crear una comunidad, y por tanto preparados para el diálogo con la familia, la iglesia local y otras instituciones educativas de la zona. Nuestros formadores, nuestros profesores, en definitiva, no pueden ser simplemente funcionarios.
¿Cómo se sitúa la instrucciónen el camino sinodal deseado por el Papa?
Está exactamente en la misma línea. Como Dicasterio queremos dar una contribución no autoritaria, sino orientada a la discusión y a la reflexión con un espíritu libre, sin cerrazones, con la contribución de la Curia Romana y de las Iglesias locales. Por otra parte, esta contribución nuestra responde a la petición de numerosos obispos en visita ad limina que nos han solicitado aclaraciones y actualizaciones sobre la relación entre los obispos y las escuelas católicas, desde el punto de vista de la identidad pero también de las diversas cuestiones disciplinarias cuando se producen escándalos o contradicciones.
Sobre este último punto, el documento afirma que una persona empleada también puede ser despedida si no cumple con las condiciones de la escuela católica y la pertenencia a la comunidad eclesial. ¿Puede explicar esto?
Es lo contrario de lo que parece. Precisamente a la luz de ciertos malentendidos que han surgido en los últimos años, con la instrucción queremos reafirmar el principio de gradualidad y proporcionalidad, para que nunca haya un choque sino siempre un diálogo.
Por: Vatican News