Más de seis meses después del llamamiento del Papa en Marsella a favor de una mayor humanidad y dignidad en el Mediterráneo, la Iglesia local prolonga el impulso invitando a unas cuarenta personas que trabajan sobre el terreno, de Jerusalén a Marruecos, a recibir formación en materia de acogida de migrantes.
“Todos venimos de un arameo errante”. Con estas palabras, el cardenal Jean-Marc Aveline, que asiste en silencio a la conferencia, plantea la necesidad de reflexionar y sensibilizar sobre la experiencia de la migración. El arzobispo de Marsella identifica tres puntos: en primer lugar, trabajar la memoria para evitar las ideologías. “Si cada uno de nosotros indaga en su propia historia, descubre que su padre fue un errante. Marsella lo sabe, porque aquí todo el mundo es producto de una inmigración más o menos exitosa”, explicó a la asamblea. Luego viene la escucha de las historias, “porque somos producto de identidades narrativas. Escuchar las historias de vida de los demás es mejor que escuchar los discursos de los obispos”, bromeó, asegurando que los discursos son inútiles sin la experiencia del encuentro con lo vivido. El último punto es “la información crítica, o cómo no dejarnos influir por lo que nos dicen sobre el tema, sino ir a buscar, verificar, trabajar y ocuparnos nosotros mismos de la información”, recomienda.
El Mediterráneo, espejo de historias
La primera jornada de la conferencia, en la que se alternaron grandes conferencias y pequeños talleres sobre los retos de la acogida de los recién llegados y su integración en la sociedad, giró en torno a la narración de la vida de las personas y la mirada al Mediterráneo desde una perspectiva humana. “El MED24 no es un coloquio científico ni teológico, sino un foro libre y abierto para conocernos mejor y descubrirnos más”, declaró el padre Alexis Leproux, vicario episcopal encargado de las relaciones mediterráneas, iniciador del evento junto con Anne Giraud, responsable de la pastoral de emigrantes en Marsella. Este acontecimiento complementario de los Encuentros de septiembre, en los que participaron el Papa, 70 obispos y 70 jóvenes de la cuenca mediterránea, reúne los puntos de vista de las cinco orillas para “construir una comunidad mediterránea unida, organizada y capaz de responder a los retos de la migración”, añade el padre Leproux. El Papa sugirió en septiembre que “la pastoral específica se vincule aún más estrechamente a las diócesis más expuestas”.
De la cuna a la tumba
Los retos son enormes, empezando por la puerta de entrada a Europa, Lampedusa, la isla siciliana visitada por Francisco al inicio de su pontificado en julio de 2013. En aquel momento, el Papa se asombró de no haber visto a ninguna religiosa trabajando con migrantes. Unos años más tarde, el vacío se llenó y cuatro hermanas de la Unión Internacional de Superioras Generales fueron enviadas allí. Entre ellas se encuentra la hermana Antonietta Papa, quien desde septiembre de 2023 es testigo de las tragedias que sobrecogen a esta isla fronteriza de 6.000 habitantes y 1.400 soldados, a la que pueden llegar 1.800 personas en tres días. “Cuando acogemos a la gente, vemos pasar ataúdes”, cuenta emocionada la caída fatal de un bebé de una migrante que cayó al agua el Viernes Santo con quince meses.
El mar de todos los peligros
Lampedusa es también el lugar al que llegó Daniel Bourha, un joven camerunés católico que abandonó su patria en 2014, sumido en la turbulencia de la guerra en el extremo norte del país. Desde entonces, ha emprendido un peligroso viaje de dos años, de Nigeria a Níger, pasando por Argelia y las cárceles de Libia. Con seguridad y una memoria impecable, este hombre que ahora trabaja como jardinero y paisajista en Marsella relata este peligroso viaje y su recurrencia a los contrabandistas para conseguir miles de euros. “Sentí alegría y alivio cuando por fin llegué a Lampedusa”. Desde la isla siciliana, Daniel se dirigió a Génova, luego a Niza y finalmente a Marsella en 2016, donde fue acogido por Cimade. También está agradecido a la Iglesia de Marsella, y ahora le “divierte su asamblea envejecida” en comparación con las iglesias de Camerún y África.
“Como al pie de la Cruz, hay que estar allí”
Para el padre Antoine Exelmans, sacerdote fidei donum en Marruecos desde 2016, al servicio de los migrantes en Casablanca, este enfoque de las cuestiones migratorias basado en historias y rostros está ausente del debate. “Sin embargo, compartir historias y experiencias es de lo que trata la teología”, argumenta, lamentando que “las luces de las rutas migratorias luchan por brillar”. Constata una sensación de impotencia, “como al pie de la Cruz, pero tenemos que estar ahí”. El antiguo vicario general de Rabat propone que todos los seminaristas pasen un año trabajando en un albergue para migrantes.
En Oujda, donde fue párroco, el padre Exelmans, galardonado con el Premio de la Paz de Aquisgrán en 2020, acoge a 2.000 personas al año, “sólo a los más perdidos y heridos”: una mayoría de hombres, un 30% de menores, un 30% de cameruneses, guineanos (Conakry), otros de África occidental o central y, desde hace tres años, sudaneses que huyen de la guerra. El 95% de ellos son musulmanes y acogidos por la Iglesia católica. “Llegan a Marruecos a través del norte de Malí y Níger, donde hay tuaregs, y hasta el sur de Argelia, donde son secuestrados. Se caen de las camionetas en el desierto”, recuerda. El 95% de ellos son musulmanes y son acogidos por la Iglesia católica. Por ejemplo, 40 emigrantes musulmanes pasan actualmente el Ramadán en los locales de la Iglesia en Casablanca.
Los migrantes transforman la Iglesia
Otra ruta migratoria mediterránea que resonó durante estos días fue la de los Balcanes Occidentales, que registró 130.000 intentos de llegada en 2022. La directora adjunta de Cáritas Albania, Ariela Mitri, vino a hablar de la realidad de este antiguo país comunista, cuyos habitantes fueron a su vez los primeros solicitantes de asilo en Francia en 2018. “Los migrantes, todos hombres, llegan a través de Turquía desde Siria, Afganistán, Bangladés y el norte de África desde 2015, tras el pacto con Turquía. También son todos musulmanes, y la Cáritas local ha contratado a imanes para ofrecerles una mejor asistencia”.
¿Cómo está cambiando esta acogida el rostro de la Iglesia? Muchas de las personas con las que hemos hablado afirman que los migrantes mantienen viva la fe en lugares donde el culto católico es débil, como la Grecia ortodoxa o el Reino Jerifiano.
Exposición de proyectos pastorales diocesanos
Según fray Xabier Gómez OP, Director del Departamento de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, esto también contribuye al desarrollo del país de acogida y del país de origen. “Pero este trabajo no puede considerarse como una simple mercancía. Somos conscientes de las tensiones y la explotación a las que están sometidos. Cuidando de ellos estamos cuidando de nosotros mismos”. Muchos migrantes son profetas del grito de Dios, en situaciones de marcado individualismo”, señaló el dominico español, al presentar el proyecto del episcopado español “Hospitalidad Atlántica”, impulsado por veintiséis diócesis de once países del Norte, Oeste y Sur de África, para ofrecer espacios seguros a los migrantes, en tránsito y a su llegada a Europa. Es un ejemplo de red eclesial que podrían emular los distintos servicios pastorales del Mediterráneo
Por: Vatican News