El llanto de David por la muerte cruenta de su hijo, que se había vuelto contra él, es una profecía del amor de Dios Padre por nosotros, un amor que llegó hasta la muerte de Jesús en la cruz. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la misa de esta mañana, en que también subrayó que el Señor es padre y jamás niega esta paternidad
Adriana Masotti – Ciudad del Vaticano
“¡Hijo mío, Absalón! ¡Hubiera muerto yo en tu lugar!”. Es el angustioso grito de David, entre lágrimas, ante la noticia de la muerte de su hijo. La Primera Lectura de la liturgia del día, tomada del Segundo Libro de Samuel, describe el final de la larga batalla liderada por Absalón contra su propio padre, el rey David, para reemplazarlo en el trono. El Papa resumió el relato bíblico, afirmando que David sufría por la guerra que su hijo había desatado contra él, convenciendo al pueblo de que luchara a su lado, tanto fue así que David había tenido que huir de Jerusalén para salvar su propia vida. “Descalzo, con la cabeza cubierta, insultado por algunos – afirmó Francisco – otros le tiraban piedras, porque todo la gente estaba con este hijo que había engañado al pueblo, había seducido el corazón de las personas con promesas”.
El llanto de David nos muestra el corazón de Dios
El pasaje de hoy describe a David esperando noticias del frente y la llegada, finalmente, de un mensajero que lo informa: Absalón murió en la batalla. Ante la noticia David es sacudido por un temblor, llora y dice: “¡Hijo mío Absalón! ¡Hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Si hubiera muerto yo en tu lugar!”. Quien está con él se maravilla de esta reacción:
Pero ¿por qué lloras? ¡Él estaba contra ti, te había negado, había negado tu paternidad, te insultaba, te perseguía, más bien festeja, celebra porque has ganado!”. Pero David sólo decía: “Mi hijo, mi hijo, mi hijo”, y lloraba. Este llanto de David es un hecho histórico, pero también es una profecía. Nos hace ver el corazón de Dios, lo que el Señor hace con nosotros cuando nos alejamos de Él, lo que el Señor hace cuando nos destruimos con el pecado, desorientados, perdidos. El Señor es un padre y jamás niega esta paternidad: “Hijo mío, hijo mío”.
El Papa Francisco continuó diciendo que nosotros encontramos ese llanto de Dios cuando vamos a confesar nuestros pecados, porque no es como “ir a la tintorería” para quitar una mancha, sino que “es ir al padre que llora por mí, porque es padre”.
Dios jamás niega su paternidad
La frase de David: “Si yo hubiera muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío” es profética, afirmó Francisco nuevamente, y en Dios – dijo – “se hace realidad”:
Tan grande es el amor de padre que Dios tiene por nosotros que murió en nuestro lugar. Se hizo hombre y murió por nosotros. Cuando miremos el crucifijo, pensemos en esto: “Si yo hubiera muerto en tu lugar. Y escuchemos la voz del padre que en el hijo nos dice: “Hijo mío, hijo mío”. Dios no niega a sus hijos, Dios no negocia su paternidad.
En Jesús, Dios muere en nuestro lugar
El amor de Dios llega al límite extremo. El que está en la cruz – dijo también el Papa – es Dios, el Hijo del Padre, enviado a dar su vida por nosotros.
Nos hará bien en los malos momentos de nuestra vida – todos los tenemos – momentos de pecado, momentos de alejamiento de Dios, escuchar esta voz en el corazón: “Hijo mío, hija mía, ¿qué estás haciendo? No te suicides, por favor. Yo he muerto por ti.
Jesús – recordó el Papa Francisco al final de su homilía – lloró al mirar a Jerusalén. Jesús llora “porque nosotros no dejamos que Él nos ame”. Por lo tanto, concluyó con una invitación: “En el momento de la tentación, en el momento del pecado, en el momento en que nos alejamos de Dios, tratemos de escuchar esta voz: ‘Hijo mío, hija mía, ¿por qué?’ “.