Iglesia Catolica

El cardenal Hollerich no ‘comparte’ la creencia en los milagros

En una entrevista telefónica el prelado está en cuarentena- realizada por el Luxemburger Wort, el cardenal Jean-Claude Hollerich, presidente de la unión europea de conferencias episcopales, habla de las reacciones de la Iglesia ante la epidemia y confiesa “no compartir” la creencia en los milagros de “alguna gente”.

Preguntado por la suspensión de las misas en casi toda Europa y la reacción de los fieles a ‘solución’ tran draconiana, Hollerich responde: “La mayoría de la gente lo entiende, porque se trata de salvar vidas. Salvar las vidas de ancianos y de los más vulnerables, de no ponerlos en riesgo. Y la mayoría de la gente lo toma muy bien. Pero también hay algunos que se quejan y que alientan una creencia en los milagros, que no comparto”.

Es, sin duda, una respuesta equivoca en un príncipe de la Iglesia. ¿No comparte Su Eminencia la creencia en los milagros -ocupando tan alto puesto en una religión basada en un milagro-, o solo se refiere a que no cree posible que en este caso Dios haga un milagro en respuesta a las oraciones de los fieles? ¿O quizá simplemente que no le parece probable (ningún milagro lo es, por definición)?

En cualquier caso, tratándos de un cardenal, coordinador de todos los obispos de la Unión Europea, resulta algo inquietante su respuesta.

Sobre todo, combinada con la siguiente. El periodista le hace notar que en algunos lugares se han organizado rogativas y procesiones para pedir la protección del Altísimo contra la pandemia, algo que se ha hecho tradicionalmente en la Cristiandad frente a todo tipo de pestes. Pero al cardenal no le parece bien en absoluto: “Yo llamo a los fieles a la oración, pero nunca a las procesiones. Los únicos que disfrutan las procesiones son los virus”.

Con permiso, Eminencia: hay muchos que ‘disfrutan’ -no es el verbo adecuado, pero me entienden- las procesiones que no son virus. Hay gente con fe sencilla, esa gente que todavía cree en milagros y que espera de sus pastores algo más que unas llamadas a la tranquilidad y a obedecer robóticamente las instrucciones de las autoridades seculares.

“Proteger la vida debe ser una prioridad absoluta”, señala. Se refiere, naturalmente, a esa vida de aquí abajo, no a la que nunca acaba, la eterna.

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