Hoy, primero de año de 2021, dejando atrás el convulso 2020, es el día en que celebramos el Gran Reinicio, el único verdadero que se ha vivido en la historia de la humanidad, resumido en esta expresión: María, Madre de Dios.
No sé si ha sido la expresión más repetida del año que acaba, pero sí una de las más frecuentes y ominosas de sus últimos meses, marcados por la pandemia de coronavirus (mejor: por la reacción de las autoridades a la pandemia): el Gran Reinicio.
El proyecto se explica en un reportaje de portada de la revista TIME, en un libro de Klaus Schwab, presidente del Foro Económico Mundial y en un breve vídeo hecho público por este mismo organismo. Se trata de rehacer la civilización humana sobre mejores bases, cambiando por completo la forma en que vivimos, algo que ha acelerado y posibilitado, nos dicen, la peste del covid
La jerarquía eclesiástica, y especialmente el Vaticano, no ha sido ajena a este Gran Reinicio, a la idea de que la Humanidad se encuentra ante una encrucijada inapelable y debe dar un giro radical para construir un mundo más justo y sostenible y ecológico que no fuerce a la Tierra a escenificar otra de sus “pataletas”, por usar la palabra elegida por el Santo Padre.
Todo esto sonará a quien sea mínimamente aficionado a la historia. La llegada del Milenio de la mano de los hombres, de un Gran Plan, es lo que animó la Revolución Francesa, y luego el marxismo internacional y todas las revoluciones que en el mundo han sido. También sabemos cómo han acabado todos estos planes grandiosos: como la Torre de Babel, la que iba a alcanzar el cielo.
Porque el Gran Reinicio ya se ha producido, y todos vivimos de él. Solo que en vez de ser un ambicioso esquema de sabios llevado a cabo por los poderosos con gran publicidad y fanfarria, sucedió de espaldas al mundo, en la oscuridad y el silencio, en una aldea olvidada en los confines del Imperio Romano, cuando una jovencita del pueblo, desconocida, pronunció estas palabras: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”
Y ahí empezó la absoluta locura de un Dios que se rebaja hasta la condición de criatura, y de criatura material, para salvarnos y elevar a esa “esclava del Señor” al inconcebible título de Madre de Dios.
Ese es el único Gran Reinicio verdadero, del que seguimos viviendo, y ese es el único que necesitamos a este lado de la Gloria.
Por: Infovaticana