Este 18 de marzo, en la Misa en Santa Marta, el Santo Padre elevó una oración especial por los trabajadores de salud que murieron ayudando a los pacientes con coronavirus. En su homilía, recordó que Dios está siempre cerca de nosotros y en este difícil momento nos pide que estemos cerca unos de otros.
En la Misa matutina celebrada y transmitida en vivo desde la Capilla de la Casa Santa Marta, el Papa Francisco manifestó su cercanía a todas las personas que están sufriendo esta pandemia del coronavirus. Hoy, el Pontífice la intención de oración la ha querido dedicar a todos aquellos que han perdido la vida a causa de esta enfermedad:
“Recemos hoy por los difuntos, aquellos que a causa del virus han perdido la vida; de manera especial, me gustaría que rezáramos por los trabajadores de salud que han muerto en estos días. Han donado sus vidas al servicio de los enfermos”.
En su homilía, comentando las lecturas que presenta la liturgia este miércoles de la III Semana de Cuaresma, el Papa Francisco recordó que, nuestro Dios, es un Dios cercano a su pueblo y en este momento difícil nos pide que estemos cerca unos de otros.
A continuación el texto de la homilía según nuestra transcripción:
El tema de ambas lecturas de hoy es la Ley. La Ley que Dios da a su pueblo. La Ley que el Señor quiso darnos y que Jesús quiso llevar a la más alta perfección. Pero hay una cosa que llama la atención: la forma en que Dios da la Ley. Moisés dice: “Porque ¿qué gran nación tiene a sus dioses tan cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos? El Señor da la Ley a su pueblo con una actitud de cercanía. No se trata de prescripciones de un gobernante, que puede estar lejos, o de un dictador… No: es la cercanía; y nosotros sabemos por revelación que es una cercanía paternal, de un padre, que acompaña a su pueblo dándole el don de la Ley. El Dios cercano. “De hecho, ¿qué gran nación tiene a sus dioses tan cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos?”.
Nuestro Dios es el Dios de la cercanía, es un Dios cercano, que camina con su pueblo. Esa imagen en el desierto, en el Éxodo, la nube, la columna de fuego para proteger al pueblo: Él camina con su pueblo. No es un Dios que deja las prescripciones escritas, “y sigue adelante”. Hace las prescripciones, las escribe con sus propias manos en la piedra, se las da a Moisés, pero no deja las prescripciones y se va: camina, está cerca. “¿Qué nación tiene un Dios tan cercano?” Es la cercanía. El nuestro es un Dios de la cercanía.
Y la primera respuesta del hombre, en las primeras páginas de la Biblia, son dos actitudes de no proximidad. Nuestra respuesta siempre es alejarnos, nos alejamos de Dios. Él se acerca y nosotros nos distanciamos. En esas dos primeras páginas, la primera actitud de Adán con su esposa, es esconderse: se esconden de la cercanía de Dios, se avergüenzan, porque han pecado, y el pecado nos lleva a escondernos, a no querer la cercanía. Y muchas veces, se hace una teología sólo pensada “en el juez”, y por eso me escondo: tengo miedo.
La segunda actitud, humana, a la propuesta de esta cercanía de Dios es matar. Mata al hermano. “No soy el guardián de mi hermano”. Dos actitudes que borran toda proximidad. El hombre rechaza la cercanía de Dios, él quiere ser amo de las relaciones y la cercanía siempre trae consigo alguna debilidad. El “Dios cercano” se vuelve débil, y cuanto más cercano se hace, más débil parece. Cuando viene a nosotros, a habitar con nosotros, se hace hombre, uno de nosotros: se hace débil y trae la debilidad hasta la muerte y la muerte más cruel, la muerte de los asesinos, la muerte de los más grandes pecadores. La proximidad humilla a Dios. Se humilla para estar con nosotros, para caminar con nosotros, para ayudarnos.
El “Dios cercano” nos habla de humildad. No es un “gran Dios”, no… No. Está cerca. Está en casa. Y lo vemos en Jesús, Dios hecho hombre, cercano hasta la muerte, con sus discípulos: los acompaña, les enseña, los corrige con amor… Pensemos, por ejemplo, en la cercanía de Jesús a los angustiados discípulos de Emaús: estaban angustiados, fueron derrotados y Él se acerca a ellos lentamente, para hacerles comprender el mensaje de vida, de la resurrección.
Nuestro Dios es cercano y nos pide que estemos cerca unos de otros, no que nos alejemos unos de otros. Y en este momento de crisis por la pandemia que estamos viviendo, esta cercanía nos pide que la manifestemos más, que la mostremos más. No podemos, quizás, acercarnos físicamente por miedo al contagio, pero sí, podemos despertar en nosotros una actitud de cercanía entre nosotros: con la oración, con la ayuda, muchas formas de cercanía. ¿Y por qué deberíamos estar cerca el uno del otro? Porque nuestro Dios está cerca, quiso acompañarnos en la vida. Es el Dios de la cercanía. Por eso no somos personas aisladas: estamos cerca, porque la herencia que hemos recibido del Señor es la cercanía, es decir, el gesto de cercanía.
Pidamos al Señor la gracia de estar cerca unos de otros; no nos escondamos unos de otros; no nos lavemos las manos de los problemas de los demás, como hizo Caín: no. Juntos. Proximidad. Cercanía. “Porque ¿qué gran nación tiene a sus dioses tan cerca de ella, como el Señor, nuestro Dios, está cerca de nosotros cada vez que lo invocamos?”.