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La casa común mediterránea y la coincidencia de fechas religiosas

Una reflexión de Luca Casarini, jefe de misión de Mediterranea Saving Humans

Pascua, Pésaj, Ramadán, Nowruz. Llámenlo destino, casualidad o misterio, pero este año, y no ocurre a menudo, algo ha querido mostrarnos, haciendo coincidir diferentes ciclos lunares y calendarios, hasta qué punto nuestro Mediterráneo es un hogar común, un punto de origen y a la vez de paso obligado para multitudes que también proceden de distintos lugares alejados de las orillas del mar, un hogar común. Las principales festividades religiosas, signos de culturas y tradiciones arraigadas en nuestro viaje milenario, cayeron este año todas al mismo tiempo, marcando en su sucesión una tras otra, una pertenencia común, que quien quiere ver, ve. El Ramadán, mes sagrado de nuestros hermanos musulmanes, coincide con el noveno mes del calendario lunar. Por tanto, también puede celebrarse en invierno, o en pleno verano. Pero este año ha querido coincidir con la fecha de Pésaj, la “pascua” que celebran nuestros hermanos judíos y que cae en la primera luna llena después del equinoccio de primavera. Y también ha llegado la Pascua cristiana, para quienes creen en Jesús, su muerte en la cruz y su resurrección. El Nowruz, Año Nuevo persa, celebrado en Irán como en Iraq, en Afganistán como en Turquía, por los hermanos y hermanas de la religión “zoroástrica”, está ahí desde hace 4000 años para recordarnos, entre el 20 y el 21 de marzo para el calendario gregoriano, el nuestro, que la primavera vence al invierno, que la vida vence a la muerte.

El Ramadán, que literalmente significa “tórrido” porque originalmente caía en verano, se considera el mes más sagrado del Islam. Durante este periodo, en la “Layat al – Qadr”, la “Noche del Destino”, el arcángel Gabriel reveló el Corán al profeta Mahoma. Arcángel Gabriel: ¿es el que conocen los cristianos? Desde luego que sí. Y son precisamente los cristianos, los seguidores de Jesús de Nazaret, quienes celebran también una revelación, a saber, el comienzo de la vida pública de Jesús hasta el cumplimiento de la profecía, en la Cruz y la Salvación. La Cuaresma, de hecho, al igual que el Ramadán, implica el ayuno, “para acercarse” a Dios, y a Alá. Recordando las polémicas de nuestra casa, de los cristianos de cuello azul contra el Ramadán, uno tiene que sonreír. Pero es el encuentro, vis a vis, entre el Pésaj judío y el Ramadán islámico, lo que debería hacer palidecer y atormentar eternamente a los partidarios de la “guerra de civilizaciones” en Tierra Santa: el Pésaj marca el paso de la esclavitud a la libertad. La opresión, militar e inhumana, de un ejército, el del Faraón, del que los judíos son liberados por Dios gracias a un éxodo. Un éxodo, en primer lugar, de sí mismos, de su condición de incapacidad para soñar y creer en una “Tierra Prometida”. Es un éxodo de todas las formas de opresión y maldad hacia otros hermanos y hermanas, y son las aguas del Mar Rojo, y no ellos mismos, las que salen victoriosas sobre quienes los perseguían para capturarlos y traerlos encadenados. Pésaj, pasaje. De los oprimidos hacia un mundo nuevo.

Nuestros orígenes comunes han confluido, en este Mediterráneo. Que es “paso”, sufrimiento y esperanza, para tantos de nuestros hermanos y hermanas, que intentan la travesía hacia una condición de vida mejor, hacia la esperanza. Nos encontramos con ellos en el mar, escuchamos sus historias de tortura y violencia sufridas en Libia, en los campos, en Túnez, deportados en el desierto. Su Pascua, y también la nuestra, es ésta. Hay muerte y resurrección en el Mediterráneo. Hay revelación. Hay invierno y primavera en el Mediterráneo. Y estamos nosotros, que tenemos miedo de nuestros orígenes comunes, miedo de mirarnos en el espejo. Y así es más fácil que una nueva religión irrumpa en la escena de este encuentro entre religiones y culturas. Una que no puede presumir de la historia milenaria de las otras, sino que hace alarde de la arrogancia del líder. Es lo que el Papa Francisco llama “el paradigma tecnocrático”, una religión sin dogma, de pura adoración. Adoración del dinero y del poder, individualismo propietario, mercantilización de todo, ante todo de la vida humana.  Una religión “iluminada” por el cientificismo, por el “todo es explicable y lo que no lo es, no existe”. La religión de la guerra y las armas, de la devastación de la Madre Tierra en nombre del beneficio. La religión del ‘Dios soy yo’. Tenemos miedo de las religiones milenarias, pero no de ésta. Porque si nos enfrentamos a las otras, creamos o no, siempre encontraremos una historia de rebelión, de conflicto contra el statu quo y contra esa parte de nosotros fascinada por el mal, por el agobio, por la omnipotencia de poder infligirlo todo al otro. Encontraremos aquello que nos desafía, la forma en que vivimos esta vida, la forma en que hacemos que otros la vivan.

Esta es, pues, la religión de nuestro tiempo: ha parasitado a todas las demás de la historia de la humanidad y está a punto de construir su “Reino”: la vemos actuar todos los días.  

Por: Vatican News

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