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“Los países occidentales deben rebelarse contra el imperialismo de Erdogan”

La decisión del presidente turco de transformar Santa Sofía en mezquita confirma su huida hacia adelante y su agresividad hacia los países occidentales, que deberán sacar sus conclusiones y oponerse a Erdogan con firmeza, argumentan Charles de Meyer y Benjamin Blanchard, directivos de SOS Chrétiens d’Orient.

Charles de Meyer y Benjamin Blanchard son, respectivamente, presidente y director general de SOS Chrétiens dOrient.

La reislamización de la basílica Santa Sofía, en Turquía, tiene un alcance político, simbólico y religioso. Con este gesto, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan lanza una nueva provocación a Europa, a la que no deja de insultar y amenazar. Y lo hace destruyendo un poderoso símbolo de la Turquía supuestamente laica y nacionalista de Mustafa Kemal, llamado Atatürk. Quien, en 1934, había convertido la antigua basílica, convertida en mezquita tras la caída de Constantinopla por los otomanos en 1453, en un museo abierto a todos que ilustraba una parte del patrimonio mundial de la humanidad. Atatürk era cercano al movimiento Jeune Turc, que ideó y puso en marcha el genocidio de los cristianos de Turquía, a los que describió como el enemigo dentro de casa a partir de 1915. Comprendió, sin embargo, que esta basílica bizantina no podía ser transformada en mezquita sin poner de relieve una voluntad de eliminación de toda presencia cristiana en Turquía.

Al romper este legado, Erdogan mantiene el mito —muy poderoso en su país—  de un despertar del Imperio otomano, extendiendo la religión musulmana a todos los rincones de su territorio. Y de cara al exterior, elige ser adversario de Europa, asimilada a una cristiandad supuestamente «islamófoba».

Durante mucho tiempo, Europa le ha guiñado el ojo a Turquía, a la que consideraba un socio fiable, es decir, un miembro potencial de la Unión Europea, a pesar de que este país ocupara la mitad de Chipre, estado miembro de las Naciones Unidas, de la Unión Europea y de la OTAN. Peor aún: Turquía retoma sus sueños milenarios atentando de manera regular a la soberanía de las islas griegas cercanas a su territorio.

Durante décadas, Bruselas ha soltado cientos de millones de euros para que se aceptaran «las buenas prácticas democráticas» y sensibilizar a Ankara sobre el tema de los derechos del hombre o para hacer avanzar el tema de las mujeres. Y Bruselas se apoyaba en Turquía para vigilar las fronteras de Europa.

Era la época en la que los responsables turcos se lanzaban a un «islam de mercado». Sin renegar nada, en el fondo, de su ideología, inspirada en el movimiento de los Hermanos Musulmanes, se ataviaban con vestimentas occidentales para hacer negocios y ejercer la diplomacia en Europa. Era la sharia en traje y corbata, que se alegraba de que tecnócratas felices imaginaran que los fondos europeos no se gastaban a fondo perdido.

En realidad, ni los derechos del hombre ni la causa de las mujeres han progresado. El supuesto socio, Erdogan, no ha dejado de presionar a Europa con el chantage de los «migrantes». Cuando ha querido, el presidente turco ha dejado que cruzaran las fronteras de la Unión Europea multitud de inmigrantes ilegales, entre los cuales estaban mezclados varios terroristas.

En lo que respecta a Chipre y Grecia, Turquía multiplica las acciones y violaciones del territorio de ambas naciones a fin de reforzar su influencia en estas antiguas conquistas otomanas.

Al mismo tiempo, Ankara arroja leña al fuego en el conflicto sirio con el fin de liquidar a la población kurda utilizando el pretexto de la lucha contra los grupos armados del PKK, sin esconder su voluntad de anexionar el nordeste del país. Peor aún, el gobierno turco no duda en apoyar a grupos terroristas islamistas en Siria, o a un grupo extremista y ultranacionalista como los «Lobos grises», en Europa. También se entromete en Libia para gestionar el flujo de petróleo.

Erdogan ha recibido los fondos que esperaba de la Unión Europea. Ahora ya puede desplegar su política. El «Sultán» ha dejado caer la máscara.

Los jueces turcos han decidido revocar el decreto de 1934 para legitimar la transformación de Santa Sofía en mezquita. Sería positivo este 10 de agosto, centenario del tratado de Sèvres que consagró el desmantelamiento del Impero otomano, apoyarse en el derecho internacional y en la historia para frenar el imperialismo turco, cada vez más belicoso.

Los tratados de Versailles, Saint-Germain-en-Laye y el Trianon, que dejaban constancia del desmembramiento de los vencidos (a saber, respectivamente: Alemania, Austria y Hungría) de la Primera Guerra Mundial, fueron rigurosamente aplicados, el menos en lo que atañe a los aspectos territoriales, bajo la vigilancia severa de los vencedores. No fue así con el tratado de Sèvres, firmado el 10 de agosto de 1920 por los Aliados, vencedores, y el sultán, derrotado. Y esto a pesar del genocidio armenio de 1915, por el cual Turquía aún no ha pagado las compensaciones económicas previstas a fin de compensar el sufrimiento y la destrucción de miles de familias exterminadas u obligadas al exilio.

El tratado de Sèvres preveía sobre todo la creación de un Kurdistán autónomo e imponía, bajo control internacional, la desmilitarización otomana de los estrechos, desde el Mar Egeo al Mar Negro, lo que parece más urgente que nunca en vista de la agresión llevada a cabo por una fragata turca contra la fragata francesa Courbet  en el mes de junio, en el Mediterráneo. El tratado de Sèvres nunca se pudo aplicar. Europa se estaba curando sus heridas y Kemal se había puesto entonces a la cabeza de una armada para derribar al Sultán, expulsar a los ejércitos aliados y combatir contra el ejército griego con el fin de pisotear el tratado, que al final fue sustituido por el tratado de Lausanne el 24 de julio de 1923, por el cual se reconocía a la gran Turquía y se finalizaba la purga de los cristianos de Turquía, sobre todo griegos.

El grave incidente ocurrido en el marco de una patrulla entre dos aliados miembros de la OTAN ilustra hasta qué punto es urgente la vuelta a algunas de las cláusulas estipuladas en el Tratado de Sèvres para poder plantarle cara a Turquía, actor geopolítico tóxico que agrava peligrosamente la inestabilidad de la región y del mundo. Está en juego el honor de nuestro país. Y, por un destino misterioso, todavía corresponde a la defensa del destino de los cristianos que fueron víctimas de los sueños otomanos.

Por: InfoVaticana

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