El drama de los migrantes varados en la frontera entre Bielorrusia y Polonia ha estado dolorosamente marcado por la muerte de un niño sirio de un año a causa del frío. El acontecimiento pone en tela de juicio a todo el continente europeo, que -según Monseñor Paglia- está olvidando sus tradiciones judeocristianas y humanísticas.
La odisea de los migrantes que permanecen varados en la frontera entre Bielorrusia y Polonia continúa. Cientos de ellos han sido repatriados a Iraq y otros 5.000 serán repatriados en los próximos días. Sobre la base de los contactos entre la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, se decidió crear un corredor humanitario que permitirá a 2.000 refugiados llegar a Alemania.
Mientras tanto, el campamento instalado en la zona de Kuznica, que daba cobijo a los migrantes, ha quedado vacío. Muchos de ellos han sido trasladados a un centro logístico más capacitado para soportar las bajas temperaturas de la temporada. Mientras tanto, en Polonia, otros 45 migrantes que lograron cruzar la frontera fueron detenidos por la policía. Formaban parte de dos grandes grupos de personas que intentaron atravesar por la fuerza el muro de alambre de espino que separa los dos países. La mayoría de ellos, tras una serie de refriegas, fueron rechazados por los agentes de Varsovia.
Morir al año de vida
Al drama de los migrantes se sumó la tragedia de la muerte de un niño sirio de apenas un año. Llevaba días con su familia en los bosques cercanos a la frontera polaca. Probablemente fue víctima del frío. Según el arzobispo Vincenzo Paglia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida, este dramático acontecimiento cuestiona las conciencias de todos nosotros y representa “un escándalo para todo el continente europeo”.
– Monseñor Paglia, la muerte del pequeño sirio nos pone dolorosamente en entredicho…
R. – Pone de manifiesto la crueldad de un continente, en este caso, que es incapaz de encontrar una solución incluso para un número muy modesto de hombres, mujeres y niños que buscan asilo y consuelo para su futuro. Y creo que la muerte de este niño es un verdadero escándalo que no puede dejar indiferente a todo el pueblo del continente europeo.
Juan Pablo II había subrayado repetidamente la importancia de las raíces cristianas de Europa, un continente que se ha formado a lo largo de la historia a través de continuas migraciones. Hoy en día, se reniega no sólo de su historia, sino también de su inspiración más profunda, que es la judeocristiana y también la misma tradición humanística posterior, que hizo de la hospitalidad una de las piedras angulares de la cultura de este continente.
– Monseñor Paglia, la muerte de este niño sirio recuerda también la del pequeño Aylan, el niño encontrado sin vida en una playa turca. El drama de los migrantes se extiende: sucede en el mar, sucede también en tierra firme. ¿Qué respuestas dar?
R. – La respuesta es la derrota inmediata y total de la indiferencia que el Papa Francisco ha señalado como una actitud diabólica: la de rechazar la vida, incluso la más débil, incluso la más indefensa, la que por su propia existencia exige ser acogida.
Porque creo que esta Europa, que durante veinte siglos ha respirado el mensaje cristiano, debe recibir una sacudida: una sacudida por esa humanidad común que el Evangelio ha introducido en las tradiciones de los pueblos europeos. Veinte siglos de historia que han ido fermentando a Europa hasta que, como dijo San Juan Pablo II, es un continente que respira con dos pulmones. Pues bien, creo que aquí corremos el peligro de morir de asfixia, de morir por la inercia de la indiferencia, que realmente viene a ser como un pecado original sobre el que será difícil construir el futuro de la propia Europa.
Espero que Europa vuelva a respirar profundamente, con las dos grandes tradiciones que han hecho de este continente nuestro un protagonista, durante siglos, de esa globalización de la fraternidad y de la solidaridad, con todas sus limitaciones, con todos los defectos que ha habido, pero que han llevado el humanismo, inspirado también por el Evangelio, al mundo entero. Por eso corremos el riesgo de ser doblemente culpables si nos encerramos en nosotros mismos, bloqueando incluso a las personas -niños, mujeres y hombres- que aspiran a un futuro mejor llamando a nuestras puertas.
Por: Vatican News