“Es difícil que las tentaciones nos lleguen de golpe, el diablo es astuto”.
En la misa de Santa Marta, el Papa Francisco pide a Dios que nos dé una conciencia recta para hacer siempre el bien en estos tiempos difíciles. En su homilía invitó a estar atentos a las tentaciones, que empiezan con las cosas pequeñas y luego nos hacen caer en el pecado, infectando a los demás: y terminamos justificándonos.
La antífona de entrada del sábado de la V semana de Cuaresma está tomada del famoso Salmo 21, el salmo que comienza con las palabras pronunciadas por Jesús en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. El pasaje que el Papa lee al comienzo de la misa de hoy en Santa Marta es el fuerte grito de auxilio de un inocente perseguido: “Tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven aprisa a ayudarme; pues yo soy un gusano, no un hombre, despreciado por la gente y rechazado por el pueblo“. Francisco, al introducir la celebración, reza para que nadie se aproveche de la pandemia para sus propios intereses:
En estos momentos de agitación, de dificultad, de dolor, muchas veces se le da a la gente la oportunidad de hacer una u otra cosa, muchas cosas buenas. Pero tampoco falta que a alguno se le ocurra hacer algo no tan bueno, aprovechar el momento y aprovecharlo para sí mismo, para su propio beneficio. Oremos hoy para que el Señor nos dé a todos una conciencia recta, una conciencia transparente, para que podamos ser vistos por Dios sin avergonzarnos.
En su homilía, Francisco comenta el Evangelio de Juan (Jn 11:45-56) que relata la decisión del sanedrín de matar a Jesús después del signo de la resurrección de Lázaro. Una decisión que llega después de un proceso gradual: es el camino de la tentación, que comienza con poco y luego desemboca en el pecado que se autojustifica. La tentación crece lentamente, infecta a otros y se justifica, cambiando el corazón. Detrás de esta tentación está la astucia del diablo que quiere destruir a Jesús. Que el Espíritu Santo nos ilumine – es la oración conclusiva del Papa – en este conocimiento interior.
A continuación la homilía completa, según nuestra transcripción:
Hacía tiempo que los doctores de la ley, incluso los sumos sacerdotes, estaban inquietos porque sucedían cosas extrañas en el pueblo. Primero este Juan, que al final lo dejaron estar porque era un profeta, bautizaba allí y la gente iba, pero no había otras consecuencias. Luego llegó este Jesús, señalado por Juan. Empezó a hacer señales, milagros, pero sobre todo empezó a hablarle a la gente y la gente lo entendía, lo seguía, y no siempre observaba la ley, y esto los inquietaba mucho. “Este es un revolucionario, un revolucionario pacífico… Este lleva al pueblo a él, el pueblo lo sigue…”. Y estas ideas les llevaron a hablar entre ellos: “Pero mira, este no me gusta… ese otro…”, y así entre ellos estaba este tema de conversación, de preocupación también. Entonces algunos fueron a él para ponerlo a la prueba, y siempre el Señor tenía una respuesta clara que a ellos, los doctores de la ley, no les había venido a la mente. Pensemos en esa mujer casada siete veces, viuda siete veces: “Pero en el cielo, ¿de cuál de estos maridos será esposa?”. Él respondió claramente y ellos se fueron un poco desvergonzados por la sabiduría de Jesús y otras veces se marcharon humillados, como cuando quisieron apedrear a esa señora adúltera y Jesús dijo al final: “Los que estén sin pecado tiren la primera piedra” y dice el Evangelio que se marcharon, empezando por los ancianos, humillados en ese momento.
Esto hacia crecer esta conversación entre ellos: “Debemos hacer algo, esto no está bien…”. Luego enviaron a los soldados a buscarlo y volvieron diciendo: “No pudimos atraparlo porque este hombre habla como nadie”… “Ustedes también se dejaron engañar”: enojados porque ni siquiera los soldados pudieron atraparlo. Y entonces, después de la resurrección de Lázaro – esto es lo que hemos escuchado hoy – muchos judíos iban allí a ver a las hermanas de Lázaro, pero algunos iban allí para ver bien cómo iban las cosas para referirlas, y algunos de ellos fueron a lo de los fariseos y les dijeron lo que Jesús había hecho. Otros creían en Él. Y estos que se fueron, los charlatanes de todos los tiempos, que viven llevando (las habladurías)… fueron a informarles a ellos. En ese momento, ese grupo que se había formado de doctores de la ley hizo una reunión formal: “Este es muy peligroso y tenemos que tomar una decisión. ¿Qué hacemos? Este hombre cumple muchos prodigios – reconocen los milagros -; si le dejamos continuar así, todos creerán en él, hay peligro, el pueblo irá tras él, se separará de nosotros” – el pueblo no estaba unido a ellos – .”Van a venir los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra nación”. En esto había parte de verdad, pero no toda, era una justificación, porque ellos habían encontrado un equilibrio con el ocupador, pero odiaban al ocupador romano, pero, políticamente habían encontrado un equilibrio. Así que hablaban entre ellos. Uno de ellos, Caifás – era el más radical -, era sumo sacerdote (dijo): “¿No comprenden que conviene que un solo hombre muera por el pueblo y no que toda la nación perezca? Era el sumo sacerdote e hizo la propuesta: “Liberémonos de él”. Y Juan dice: “Sin embargo, esto no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús iba a morir por la nación” … Por lo tanto, desde ese día decidieron matarlo.
Fue un proceso, un proceso que comenzó con pequeñas inquietudes en tiempos de Juan el Bautista y luego terminó en esta sesión de los doctores de la ley y los sacerdotes. Era un proceso que crecía, un proceso que era más seguro que la decisión que tenían que tomar, pero nadie lo había dicho tan claramente: “Hay que eliminar a este”. Este modo de proceder de los doctores de la ley es precisamente una figura de cómo actúa la tentación en nosotros, porque detrás de ella estaba obviamente el diablo que quería destruir a Jesús y la tentación en nosotros generalmente actúa así: comienza con poco, con un deseo, una idea, crece, contagia a otros y, al final, la justificación total. Estos son los tres pasos de la tentación del diablo en nosotros, y aquí están los tres pasos que hizo la tentación del diablo en la persona del doctor de la ley. Empezó con poco, pero creció, creció, luego contagió a otros, se hizo cuerpo y al final se justificó: “Es necesario que uno muera por el pueblo”, la justificación total. Y todos se fueron a casa tranquilamente. Dijeron: “Esta es la decisión que teníamos que tomar”. Y todos nosotros, cuando somos vencidos por la tentación, terminamos tranquilos, porque hemos encontrado una justificación para este pecado, para esta actitud pecaminosa, para esta vida que no está de acuerdo con la ley de Dios. Deberíamos tener el hábito de ver este proceso de tentación en nosotros. Ese proceso que hace cambiar nuestros corazones del bien al mal, que nos lleva por el camino en bajada. Algo que crece, crece lentamente, luego contagia a otros y al final se justifica.
Es difícil que las tentaciones nos lleguen de golpe, el diablo es astuto. Y sabe cómo tomar este camino, lo tomó para llegar a la condena de Jesús. Cuando nos encontramos en un pecado, en una caída, sí, debemos ir y pedir perdón al Señor, es lo primero que debemos hacer, pero luego (debemos decir): “¿Cómo llegué a caer allí? ¿Cómo comenzó este proceso en mi alma? ¿Cómo creció? ¿A quién he contagiado? ¿Y cómo al final me he justificado para caer?”.
La vida de Jesús es siempre un ejemplo para nosotros y las cosas que le sucedieron a Jesús son cosas que nos sucederán, las tentaciones, las justificaciones, las buenas personas que están a nuestro alrededor y tal vez no las sentimos, y las malas personas, en el momento de la tentación, tratamos de acercarnos (a ellos) para hacer crecer la tentación. Pero no olvidemos nunca: siempre, detrás de un pecado, detrás de una caída, hay una tentación que empezó pequeña, que ha crecido, que ha contagiado y al final encuentro una justificación para caer. Que el Espíritu Santo nos ilumine en este conocimiento interior.
El Papa concluyó la celebración con la adoración y la bendición eucarística, invitándonos a hacer la comunión espiritual. A continuación, la oración recitada por el Papa:
Jesús mío, creo que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo por encima de todas las cosas y te deseo en mi alma. Ya que no puedo recibirte sacramentalmente ahora, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Como ya has venido, te abrazo y todas las cosas se unen a ti. No dejes que nunca me separe de ti. Amén.
Salve, Reina de los cielos y Señora de los Ángeles; salve raíz, salve puerta que dio paso a nuestra luz. Alégrate, virgen gloriosa, entre todas la más bella; salve, agraciada doncella, ruega a Cristo por nosotros.