Monseñor Edgar Peña Parra, Sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado y enviado especial del Papa a la República Dominicana para las celebraciones finales del centenario de la Coronación de la Imagen de Nuestra Señora de la Altagracia, presidió en la Basílica Catedral de Higüey la misa previa al inicio de la peregrinación del cuadro milagroso a Santo Domingo. Nuestro viaje de hoy no es una mera procesión devocional – dijo – sino un compromiso con Dios.
Una peregrinación que es “un compromiso con Dios de llevar a ese Jesús que hemos recibido en la Eucaristía, testimoniándolo cotidianamente con una vida coherente con el Evangelio”. Ante el Pueblo fiel de Dios, los obispos, autoridades civiles, sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos y religiosas, el Sustituto de la Secretaría de Estado del Vaticano, Monseñor Edgar Peña Parra, enviado de Su Santidad a la República Dominicana para el centenario de la coronación canónica de Nuestra Señora de la Altagracia y clausura del Año Jubilar Altagraciano, presidió la Santa Misa en la Basílica Catedral a ella dedicada en Higüey, desde donde la imagen milagrosa se trasladará en peregrinación hacia Santo Domingo para la clausura del Año Jubilar este lunes 15 de agosto.
“El Santo Padre – comenzó diciendo Mons. Peña Parra – me envía para trasmitirles su saludo y acompañarlos en esta última etapa del peregrinaje jubilar que, como Iglesia, están realizando en esta significativa conmemoración del primer centenario de la coronación canónica de aquella que han querido llamar ‘el más dulce regalo de Dios a los dominicanos’”.
La actitud del caminante
En su homilía propuso contemplar la imagen de María en el cuadro que “mira al Niño con actitud orante y contemplativa, y guarda todo en su corazón”. Esta actitud de adoración – dijo – nos evoca la Eucaristía que celebramos, pareciera que el Niño está colocado en un altar, ofreciéndose como Pan vivo para la vida del mundo. Pero también – añadió – vemos a san José, que se acerca por detrás sigiloso, casi como si no quisiera interrumpir este coloquio de amor entre el Hijo y la Madre. “Él viene vestido con el manto rojo y cubierta la cabeza, en su mano izquierda lleva una vela, cuya llama protege con la derecha – describió -; la puerta detrás de él permanece abierta.
“Es una imagen enigmática”, observó el enviado papal. “¿Qué buscará José? ¿Qué puede ser tan importante como para atreverse a interrumpir a la Virgen en ese momento de adoración y de diálogo con el divino Infante?”.
Parecería que es la actitud del caminante, del que tiene que decir a María que ya es hora de ponerse en marcha, trayendo humildemente una vela para alumbrar a la que es portadora de la Luz del mundo.También nosotros venimos a María con esta intención, pidiéndole que salga con nosotros, al camino de la vida y de la historia, que nos acompañe en este viaje de la Iglesia dominicana.
En la Comunión Eucarística Jesús viene a nosotros
La Eucaristía – prosiguió Peña Parra – tiene esas dos facetas: por un lado, es contemplación y encuentro, acogida y adoración, por otro es pascua, paso, llamada a ponerse en marcha y alimento para el camino.
Jesús nos dice que cuando escuchamos su Palabra, cuando en los sacramentos nos encontramos con Él, y sobre todo cuando lo recibimos en la Comunión eucarística, Él viene a nosotros, viene a nuestro mundo; estamos haciendo la misma experiencia que atónitos contemplamos en el cuadro de la Virgen de la Altagracia.
No una mera procesión devocional, sino un compromiso con Dios
El representante pontificio aseguró que también nosotros “podemos sentir lo que Ella sentía cuando dialogaba en silencio con su Hijo y su Señor”. Se trata de un encuentro que “lejos de evadirnos de la realidad o servirnos de refugio para protegernos del mundo, nos llama al combate, nos llama a tomar partido por Jesús, como vemos en José, para alzar la bandera de nuestro capitán y llevarla hasta donde Él nos pida”.
Esto es importante, nuestro viaje de hoy no es una mera procesión devocional, sino un compromiso con Dios de llevar a ese Jesús que hemos recibido en la Eucaristía, testimoniándolo cotidianamente con una vida coherente con el evangelio. Un compromiso de todos, cuyo fruto será que nuestra nación siga siendo una tierra consagrada a María, donde reine Jesús, como lo ha sido estos últimos cien años.
Un peregrinaje que es metáfora e invocación
Nosotros, “débiles y pecadores”, podemos hacer “algo semejante”, afirmó el enviado papal. Basta seguir a esa “nube de testigos”: a María, a José, a Jeremías, a todos aquellos que se arriesgan por Dios y pusieron en Él su confianza, y “correr, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo aquello que nos estorba y renunciando sobre todo al pecado que nos aleja de Dios y que nos asedia”. Para ello” debemos aceptar renuncias, vigilar y orar para no caer en tentación”, pero, sobre todo, tener como María siempre los ojos fijos “en Quien completa nuestra fe”.
Por intercesión de la Virgen de la Altagracia, por último, la oración a Dios Padre para que “sea siempre nuestro auxilio”:
Que vea en nuestra pobreza una oportunidad para manifestar su misericordia, sosteniéndonos en el camino de la vida, del que este peregrinaje es metáfora e invocación.
Al final de la homilía Monseñor Edgar Peña Parra renovó a los presentes y a todos los dominicanos el cariño, el amor paterno y la bendición del Papa Francisco.
Por: Vatican News