La renovación del acuerdo secreto entre Pekín y la Santa Sede este septiembre parece cosa hecha, y así lo presume la propia prensa china, pese a la abismal vulneración de los derechos humanos en China, especialmente en lo que se refiere a la persecución religiosa. En tiempo de descuento, la Sociedad Internacional de Derechos Humanos (ISHR) advierte del peligro de ratificar el pacto.
Su Santidad se ha hecho famoso por denunciar sin pelos en la lengua toda suerte de injusticias y vulneración de los derechos humanos en todas partes, y eso es lo que hace más desconcertante su atronador silencio con respecto a la tiranía china, que probablemente sea el mayor agente de opresión y represión del planeta en números absolutos. Sin contar con la brutal y agobiante opresión de los creyentes -ahora, con la coartada de los acuerdos con la Santa Sede-, lo que muchos han denunciado como intento de genocidio con la población uigur ya merecería una condena contundente que no llega.
Antonio Spadaro, cercano a Francisco y director del órgano de los jesuitas, La Civiltà Cattolica, ha salido en defensa del Pontífice alegando que éste no puede denunciar todo el tiempo todo lo que va mal en el mundo. “¿Quién dice que el Papa tiene que opinar personalmente sobre todos los problemas del mundo?”, se pregunta el jesuita.
No creo que sea difamación sospechar que se trata de un comentario elusivo. Hay grados evidentes. El Papa denunció en su día, con insistencia, la situación de los rohingya; ¿debemos pensar que los uigures -o los fieles perseguidos en la propia China, o en Nigeria, o en Burkina Faso, o en Pakistán- son menos importantes? China no es una dictadura bananera de tres al cuarto, un país pequeño e impotente. Es uno de los países más poderosos y ricos de la tierra, además de gigantesco en territorio y población. No es, en fin, un detalle que una persona ocupada pueda pasar por alto fácilmente.
Sobre todo, está el asunto de los acuerdos: eso ya crea un ‘conflicto de intereses’ muy evidente que hace sospechoso, por decir poco, todo silencio vaticano, y que resta credibilidad a las otras denuncias de justicia mundana que lanza Su Santidad.
La ISHR, viendo el historial del Gobierno chino, teme que Pekín no cumpla su parte del acuerdo, algo que lleva ya mucho tiempo denunciando a voces alguien que conoce bien el paño: el cardenal Joseph Zen, arzobispo emérito de Hong Kong. Los comunistas, repite Su Eminencia a quien quiera oírle, no son de fiar.
Desde luego, no lo parecen. Desde la firma de los pactos provisionales -muñidos, no se olvide, por el defenestrado ex cardenal McCarrick-, el Vaticano ha mostrado una generosidad ilimitada por su parte, aceptando obispos nombrados por el ateo Partido Comunista, mientras que Pekín no solo no ha relajado la presión sobre los creyentes sino que ha acelerado el proceso: demoliciones, detenciones, exigencias imposibles para un sacerdote católico o un simple fiel, como las de predicar las bondades del socialismo o sustituir en los hogares las imágenes de Cristo por los de líderes comunistas chinos.
Por: Infovaticana