Las causas fundamentales de la trata, sus efectos en el mundo del trabajo, la explotación sexual que deriva de ella y los posibles medios para combatirla: estos fueron los temas que abordó monseñor Janusz Urbańczyk, Observador Permanente de la Santa Sede ante la OSCE en la 21ª Conferencia de la Alianza contra la Trata de Personas.
Monseñor Janusz Urbańczyk, Observador Permanente de la Santa Sede ante la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, con sede en Viena) intervino entre el 14 y el 16 de junio en la 21ª Conferencia de la Alianza contra el Tráfico de Personas, organizada por la misma OSCE, y celebrada en parte de forma presencial y en parte vía Zoom. El prelado abordó, en cuatro intervenciones, las causas fundamentales de la trata, sus efectos en el mundo del trabajo, la explotación sexual que deriva de ella y los posibles medios para combatirla.
En primer lugar, monseñor Urbańczyk analizó el lunes las raíces profundas de la trata, identificando dos “factores clave, ambos trágicos”: la pobreza, con el consiguiente desempleo y la falta de oportunidades, y “un sistema económico preocupado sólo por maximizar la ganancia, que sirve a la avidez de unos pocos y no al desarrollo digno de toda la humanidad”. Como prueba de ello, el prelado recordó que a pesar de que “el 96 por ciento de los estados han adoptado leyes para combatir el tráfico de personas”, sin embargo éste “sigue aumentando y esclavizando a las personas”, “más aún durante la actual pandemia” de Covid-19. De ahí que, en la estela de lo que tantas veces ha repetido el Papa Francisco, monseñor Urbańczyk denunciara las distorsiones del “capitalismo neoliberal” y la “desregulación de los mercados orientada a maximizar las ganancias sin límites éticos, sociales y ambientales”, con lo que “las personas son números, para ser explotadas.” Por el contrario, concluyó el prelado, lo que se necesita “es una economía que promueva la justicia, y no intereses especiales exclusivos”.
El 15 de junio el Observador Permanente centró su intervención en el vínculo entre la trata de seres humanos y el mundo del trabajo. La emergencia sanitaria causada por el coronavirus, dijo, “ha afectado fuertemente” al sector del empleo, especialmente a “las personas más débiles, más frágiles, más desprotegidas”, que han visto sus derechos cada vez más vulnerados. Esto ha provocado un aumento de la trata, ya que los trabajadores informales “han sido los primeros en ver desaparecer sus medios de subsistencia” quedándose sin “redes de seguridad social, como los subsidios de desempleo y la asistencia sanitaria”. “Llevados por la desesperación”, por tanto, estas personas cayeron en las redes de la criminalidad y de la trata.
Naturalmente, la Iglesia católica no se ha quedado de brazos cruzados, señaló el representante del Vaticano: “En varias partes del mundo, las comunidades católicas locales han dado refugio y ayuda a muchas de estas personas, que a menudo son engañadas, sacadas de sus tierras, explotadas y abandonadas y luego imposibilitadas de regresar a sus países por falta de documentos o por prohibiciones”. Pero todo esto no es suficiente, explicó monseñor Urbańczyk, porque la pandemia no sólo tiene “un impacto inmediato” en la economía y la sociedad, sino también “un impacto a largo plazo”, que “agravará con el tiempo las causas profundas del tráfico de seres humanos”.
De hecho, según el Banco Mundial, se estima que la propagación de Covid-19 “ha empujado a entre 88 y 115 millones de personas más a la pobreza extrema en 2020, y el total aumentará a 150 millones en 2021.” Por ello, el Observador Permanente instó a recordar que “toda persona tiene derecho a obtener los medios necesarios para su subsistencia y la de su familia”: un objetivo que sólo puede alcanzarse promoviendo “políticas capaces de garantizar el trabajo para todos, en el respeto de sus derechos humanos”, de modo que “las personas puedan ver valorada su dignidad y su reconocimiento social”.
También el 15 de junio, monseñor Urbańczyk analizó otro fenómeno dramático vinculado a la trata, la explotación sexual, un auténtico “flagelo que cosecha víctimas en todos los rincones de la tierra, todos los días”, y contra el que “no se pueden postergar más las medidas capaces de erradicarlo”. En su origen, explicó el prelado, hay “una falta de cultura que degrada el cuerpo del otro, mayoritariamente de las mujeres y cada vez más de los niños, convirtiéndolo en un objeto utilizable y negando la dignidad humana a quienes son considerados inferiores”, también a través de “un lenguaje que humilla a las personas, confunde las situaciones, minimiza el problema y suscita una demanda que alimenta una cadena económico-criminal”.
¿Cómo puede entonces limitarse esta “no cultura”? El Observador Permanente ha indicado dos posibles vías: por un lado, la de “promover una cultura de respeto y dignidad, acompañada de una sensibilización y formación constantes”; por otro, la de “una legislación cada vez más estricta para reprimir la explotación sexual y promover instrumentos de protección que puedan apoyar a las víctimas”. En este contexto, el control capilar de las “transacciones monetarias” se vuelve central también porque, “gracias al ingenio y a la fuerza económico-financiera del crimen”, la trata ha involucrado al mundo del web. Y también en este ámbito es urgente actuar, remarcó monseñor Urbańczyk, para que “Internet y los medios sociales promuevan la dignidad de la persona humana y no se conviertan en un medio que alimente la violación de los derechos humanos”.
También en este caso, el prelado recordó el compromiso de larga data de la Iglesia católica de proteger a las víctimas de la explotación sexual, así como de educar a las personas “para que se superen los estereotipos transmitidos por la sociedad”. Se trata de “pequeñas gotas en un océano”, concluyó el representante del Vaticano, pero pueden producir ejemplos virtuosos que se reproduzcan “con la buena voluntad de las instituciones y de la sociedad civil”, para “hacer más eficaz la lucha contra la demanda que alimenta la trata de seres humanos”.
Ayer, por último, en la sesión de clausura de la Conferencia, el prelado indicó, como instrumento de contraste a aplicar con urgencia, “el valor y la voluntad de cambiar los defectos de nuestro sistema económico”, “renovar las normas y los instrumentos capaces de tener una visión más amplia”, invirtiendo “más que nunca en las personas más que en las ganancias”, limitando “la concentración de poder y riqueza en manos de unos pocos, y reforzando la cooperación multi y bilateral que impide la violencia y los conflictos”.
Por: Vatican News