Un apasionado llamamiento a todos los cristianos para que respondan a la oración de Jesús por la unidad de sus discípulos. La Encíclica del Papa Wojtyla nos ayuda a mirar la realidad de las comunidades cristianas de hoy con un renovado compromiso ecuménico.
La Encíclica “Ut unum sint” de San Juan Pablo II sobre el ecumenismo lleva la fecha del 25 de mayo de 1995: veinticinco años después, conserva intacta su frescura y su carga profética. Con una mirada que se lanza hacia adelante, indica una meta que parece lejana, la unidad de los cristianos: Jesús mismo la quiere y antes de afrontar la Pasión, reza al Padre para que los suyos sean uno.
El Papa de la unidad
El Papa Wojtyla siente fuertemente este ardiente deseo del Señor, lo hace suyo, y el ecumenismo se convierte en una de las prioridades del Pontificado, porque la división de los cristianos es un escándalo que afecta a la propia obra de Jesús: “Creer en Cristo”, escribe, “significa querer la unidad”. Es un acto de obediencia que amplía los horizontes del corazón y la mente. Pero es precisamente el Papa de la unidad quien debe sufrir el gran dolor del cisma: hay algunos hermanos y hermanas que no entienden este impulso hacia adelante. El documento llega 7 años después de la ordenación episcopal ilegítima conferida por el arzobispo Marcel Lefebvre, quien en 1988 sancionó la ruptura de Roma.
Juan Pablo II acusado de relativismo por los tradicionalistas
El prelado tradicionalista francés acusa al Papa polaco y al Concilio Vaticano II de lo que él llama “falso ecumenismo” que destruye la verdadera fe y lleva “a la Iglesia a la ruina y a los católicos a la apostasía”: dice que la Providencia le ha confiado la misión de oponerse a “la Roma moderna, infestada de modernismo”, para que “se convierta de nuevo en la Roma católica y encuentre su Tradición de dos mil años”. En su opinión, se introdujo una “concepción protestante” de la Misa y los Sacramentos. Lefebvre murió en 1991. Sus sucesores atacaron la Encíclica de Juan Pablo II porque -dicen- no sólo conduce al “relativismo dogmático”, sino que “de hecho” ya la contiene. Una posición que se basa en “una noción incompleta y contradictoria de la Tradición”, Wojtyla ya había dicho en la Carta Apostólica “Ecclesia Dei”: incompleta, porque no considera que la Tradición esté viva y en crecimiento, ya que se transmite de generación en generación, sin fijarse en una fecha histórica predeterminada. Contradicción, porque la Tradición nunca puede separarse de la comunión con el Papa y con los pastores de todo el mundo.
El diálogo es una prioridad que permite descubrimientos inesperados
El documento pontificio mira hacia adelante con valentía; indica que el diálogo es una prioridad y un paso necesario para descubrir las riquezas de los demás. Ve todos los pasos dados hacia la unidad con las diversas Iglesias y comunidades cristianas, comenzando con la abolición mutua de las excomuniones entre Roma y Constantinopla y las Declaraciones Cristológicas comunes a las antiguas Iglesias de Oriente. Es un camino que permite “descubrimientos inesperados” en la conciencia de que “la legítima diversidad no se opone en modo alguno a la unidad”. “Las polémicas y controversias intolerantes – se lee en el texto – han transformado en afirmaciones incompatibles lo que en realidad era el resultado de dos miradas dirigidas a escrutar la misma realidad, pero desde dos ángulos diferentes”. Es un camino que ayuda a “descubrir la insondable riqueza de la verdad” y la presencia de elementos de santificación “más allá de las fronteras visibles de la Iglesia Católica”.
La expresión de la verdad puede ser multiforme
No se trata de “cambiar el depósito de la fe” y “cambiar el sentido de los dogmas” – explica el Papa Wojtyla – sino que “la expresión de la verdad puede ser multiforme” porque “la doctrina debe ser presentada de manera que sea comprensible para aquellos a quienes Dios mismo la destina”, a cualquier cultura a la que pertenezcan, evitando cualquier forma de “particularismo o exclusivismo étnico o prejuicio racial”, como “cualquier alteridad nacionalista”.
Del diálogo de la doctrina al diálogo del amor
La Encíclica indica la necesidad de que “el modo y el método de enunciar la fe católica no sea un obstáculo para el diálogo con los hermanos”, sabiendo que existe “una jerarquía en las verdades de la doctrina católica”. La Iglesia – afirma Juan Pablo II – “está llamada por Cristo a esta continua reforma” que “puede requerir revisiones de declaraciones y actitudes”. “El diálogo -recuerda- no se articula exclusivamente en torno a la doctrina, sino que implica a toda la persona” porque “es también un diálogo de amor”. Es del amor que “nace el deseo de unidad”. Es un camino que exige “trabajo paciente y valiente”. Para ello es necesario no imponer otras obligaciones que las indispensables”.
La primacía de la oración: convergiendo en lo esencial
En el ecumenismo – observa el Papa polaco – la primacía pertenece a la oración común. Los cristianos, rezando juntos, descubren que lo que les une es mucho más fuerte que lo que les divide. La renovación litúrgica llevada a cabo por la Iglesia Católica y otras comunidades eclesiales ha permitido converger en lo esencial y juntos, cada vez más, se dirigen al Padre con un solo corazón: “A veces – observa Juan Pablo II – el poder sellar finalmente esta verdadera comunión, aunque todavía no sea plena, parece estar más cerca. ¿Quién podría haberlo pensado hace un siglo?”.
Compromiso común con la libertad, la justicia y la paz
Entre los pasos adelante en el camino hacia el ecumenismo, la Encíclica señala la creciente colaboración de los cristianos pertenecientes a diversas confesiones en su compromiso con “la libertad, la justicia, la paz, el futuro del mundo”: “la voz común de los cristianos tiene más impacto que una voz aislada” para “hacer triunfar el respeto de los derechos y las necesidades de todos, especialmente de los pobres, los humillados y los indefensos”. Para los cristianos -subraya el Papa Wojtyla- no se trata de meras acciones humanitarias, sino de responder a la palabra de Jesús, como leemos en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo: “Tuve hambre y me disteis de comer…”.
Cambiando el lenguaje: de la condena al perdón mutuo
Juan Pablo II pide un cambio de lenguaje y de actitudes: hay que evitar el estilo agresivo y antagónico de la oposición, el “derrotismo que tiende a verlo todo en negativo”, “que no evangélico se encierra en la condena de los demás” y el “desprecio que deriva de una presunción malsana”. Es necesario, en cambio, “hacer todo lo posible, con la ayuda de Dios, para derribar los muros de división y desconfianza, para superar los obstáculos y los prejuicios”, eliminando las palabras y las palabras que hieren, eligiendo el camino de la humildad, la mansedumbre y la generosidad fraterna. Así, con el tiempo ya no hablamos de herejes o enemigos de la fe, sino de “otros cristianos”, “otros bautizados”. “Esta expansión del vocabulario -señala el Papa Wojtyla- traduce una notable evolución de la mentalidad”. Es un camino de conversión que pasa por un camino obligatorio: el arrepentimiento mutuo por los errores cometidos. Y Juan Pablo II pide perdón por las faltas cometidas por los miembros de la Iglesia.
La primacía del Papa: un servicio de amor
La plena unidad tiene en Pedro el punto de referencia visible y Juan Pablo II lanza un llamamiento a las comunidades cristianas para que encuentren una forma de ejercicio del primado petrino que, “sin renunciar en modo alguno a lo esencial de su misión, se abra a una nueva situación”, como “un servicio de amor reconocido por unos y otros”.
Una Iglesia en el camino de la unidad
Ut unum sint es una espléndida síntesis del viaje de la Iglesia a través de sus 2000 años de historia. Es una luz que señala el camino a seguir, continuando en la misma dirección que los que nos han precedido. Muestra el carácter vivo de la Tradición, que – como dice la “Dei Verbum” – se origina en los Apóstoles y progresa en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo. Y es gracias al Espíritu que la inteligencia de la fe crece. En este viaje – dice Juan Pablo II citando a San Cipriano – los hermanos deben aprender a ir al altar reconciliados, porque “Dios no acepta el sacrificio de los que están en discordia”. En cambio, “el mayor sacrificio que se ofrece a Dios es nuestra paz y armonía fraternal, es el pueblo reunido en la unidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”. Ésta es la última invitación del Papa Wojtyla: pedir al Señor la gracia de prepararnos para el sacrificio de la unidad.