Manuel Linda, obispo de Oporto, se ha sumado inoportunamente a la corriente masoquista que nunca achaca la culpa de la barbarie islamista al radicalismo islámico, sino a la civilización que es víctima del mismo.
“El ataque de ayer a la catedral de Niza no es la lucha del Islam contra el cristianismo: es el resultado de los prejuicios de aquellos europeos que no solo no fomentan el diálogo intercultural e interreligioso, sino que incluso están siempre dispuestos a acusar a las religiones”.
Ya saben: el islam es perfectamente inocente, el perpetrador de la matanza no es el verdadero culpable: somos nosotros, siempre nosotros, que nunca somos lo bastante comprensivos y generosos con los adeptos de Mahoma.
La idea de que semejante masacre deba achacarse a nuestra falta de verdadera acogida, además de directamente delirante, contrasta bastante con los hechos comprobables. La Francia de Macron es inusualmente aquiescente con la inmigración musulmana, a la que no solo ha abierto las puertas en números espectaculares, llegando ya al diez por ciento de su población, sino a la que rodea de prestaciones sociales y todo tipo de concesiones. Esto no ha evitado, al contrario, que Francia haya sido el escenario de los peores y más frecuentes atentados islamistas.
Por el contrario, países como Polonia o Hungría se han mostrado inflexibles en su determinación de no admitir ‘refugiados’ musulmanes, pese a las crecientes amenazas y sanciones de las autoridades de la Unión Europea. Y, sin embargo, ninguno de los dos países ha tenido que lamentar acciones criminales de esta naturaleza. Probablemente los musulmanes no han debido de enterarse de las palabras del obispo.
No deja de ser curioso que una tan extraña interpretación de las causas y las culpas procede de uno de los obispos de un país cuya misma creación es resultado de una prolongada y sangrienta lucha con el islam peninsular. Por otra parte, es una prueba del arrogante desprecio que tantos occidentales sienten hacia los autores de estas masacres no tomarles nunca en serio a ellos, los verdaderos autores, cuando definen sus actos exactamente así, como una lucha contra nuestra fe tanto como contra nuestra civilización.
Por: InfoVaticana