Iglesia Catolica

Los obispos italianos y el actual gobierno por el retorno al culto

La lucha entre los obispos italianos y el actual gobierno por el retorno al culto en las iglesias. En este problema el Papa Francisco ha dado un paso atrás y no quiere, o no puede, entrar en el primer enfrentamiento serio con el actual gobierno tan promovido y ayudado por el Vaticano y muy personalmente por el Papa Francisco. Es evidente que los amores eran interesados por ambas parte y al menor problema se han roto. En la estrategia política del Papa Francisco pesa mucho más el odio a Salvini, y lo que significa, que los amores por Conte. Suponemos que el actual presidente ha entendido que es utilizado mucho más que amado y la relación aparentemente tan sólida ha entrado en la fase de decadencia. La gota que ha colmado el vaso ha sido el retorno, o no, a las celebraciones púbicas en las iglesias italianas.

La conferencia episcopal italiana, con el total e imprescindible respaldo de la Secretaria de Estado, se ha sometido a las directrices del gobierno italiano con una docilidad increíble desde el inicio del confinamiento con la escusa de la epidemia, porque cada vez es más claro que el confinamiento no está resolviendo el problema. Incluso en un primer momento la conferencia de obispos italiana fue más lejos que el propio gobierno. Recordemos las idas y venidas del cardenal vicario del Papa Francisco para la diócesis de Roma sobre abrir o no abrir las iglesias de la ciudad eterna. Ahora parece de la conferencia episcopal, eso se publica en las páginas oficiales, que ya estaba elaborando un plan de vuelta que el gobierno no ha tenido en cuenta. Los obispos contaban con que sería aceptado, bueno o malo, por la situación de dependencia que Conte sufre, pero no ha sido así y ahora estamos en la mediación del presidente de la República en donde imaginamos que, al mejor estilo italiano, se llegará a un acuerdo que deje contentos a todos, al menos por el momento. Duras palabras de Monseñor Ercole, obispo de Ascoli Piceno, crecido a la sombra del todopoderoso cardenal Re, que denotan que el enfado ha llegado a límites impensables con un gobierno amigo.

A medida que pasan los días somos conscientes que lo que está sucediendo tiene cada vez menos que ver con la epidemia y mucho más con los intereses de todo tipo que rodean la situación. La epidemia tiene un tratamiento sanitario que pesamos que ha superado el primer momento de desconcierto y cada vez es más claro que hay que hacer para protegerse de un virus que parece que quiere quedarse entre nosotros por un largo periodo. Cuando un incendio no es muy grande suele ser mucho peor el daño que hacen los bomberos intentado apagarlo que el causado por la llamas. Mucho nos tememos que estamos en un momento en que con la escusa de la epidemia se nos está colando de todo y estamos tragando con todo con el argumento, verdadero hasta un cierto punto, de que lo primero es la salud. No se puede aprovechar la enfermedad para saquear al enfermo aprovechándonos de su evidente debilidad.

Son demasiados los que viven muy bien sin hacer gran cosa a la sombra de los miles de organismos inútiles que pueblan el orbe. Es evidente de Naciones Unidas, están demostrando su enorme grado de ineficacia ante un problema real y concreto. La Iglesia ha imitado estos organismos y hemos visto crecer desmesuradamente curias, delegaciones, vicarias, encuentros, conferencias, por todo el orbe católico. Nuestras curias han querido imitar, incluso físicamente, a los organismos públicos y a las direcciones empresariales. Lo que se ha visto anulado y reducido a una mera función instrumental es el cura raso y no digamos el fiel de a pie. Hemos vivido en una iglesia en donde el cura de campanario no servía para otra cosa que para recibir órdenes y saquear a los fieles con continuas recaudaciones. Así como en nuestra sociedad el núcleo originario es la familia y se ha intentado destruir y anular, en la iglesia es la parroquia, el grupo de fieles en torno a su pastor, y esto se ha intentado destruir.

En el Vaticano todo esto ha llegado a tal nivel de perfección diabólica que se podía permitir el lujo de existir independientemente de resto de la cristiandad. Es de desear que los fieles sostengan los modestos gastos del sacerdote que les sirve y que entre todos ayudemos a los mínimos gastos que debería de suponer la actividad de un obispo. Fundamentar el servicio religioso y pastoral en actividades comerciales , turísticas o empresariales es una deformación demoniaca. En el Vaticano se vivía del turismo y muy poco de las donaciones casi inexistentes de los fieles. Nuestras catedrales son excelentes museos y lo que se creo para el culto a Dios se ha convertido en una bellísima carcasa vacía en la que rezar es una excepción. Las comunidades religiosas han desaparecido y reconvertido sus edificios en usos hosteleros. El virus ha puesto todo esto en evidencia y es sin duda la ocasión propicia para solucionar tanto desvarío. Los seres humanos no somos muy propensos a cambios salvo que nos vengan impuestos y ahora tendremos que cambiar por necesidad. El mundo diabólico que nos estaba devorando está desapareciendo carcomido por un virus invisible. No nos podemos permitir peder está ocasión.

San Agustín en ‘de sermone Domini’, comentando el capítulo 5 de San Mateo, nos recuerda: » Y si vosotros, por quienes deben ser condimentados los pueblos, perdéis el Reino de los Cielos por miedo de las persecuciones temporales, ¿qué harán los hombres que debieron ser libres del error por vosotros? También dice ‘si la sal se desvanece’, manifestando que deben considerarse como necios todos aquellos que, siguiendo la abundancia o temiendo la escasez de los bienes temporales, pierden los eternos, que no pueden ser dados ni arrebatados por los hombres.»

«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».

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