Hace 52 años, del 22 al 25 de agosto de 1968, Pablo VI fue el primer Papa en llegar a América Latina. La ciudad que lo acoge es Bogotá y sus palabras a favor de la caridad y la justicia y sus gestos de cercanía, sobre todo con los campesinos, harán que el recuerdo del viaje sea indeleble.
Tres días bastarán para transformar al formal El Soberano Pontífice de la llegada en el más afectuoso Papa de la despedida. Los titulares y artículos de los periódicos de la época devuelven la parábola de la proximidad de Pablo VI a los colombianos. La austera figura del gran Papa del Concilio, que cruzó por primera vez el Atlántico para América Latina, ya en el gesto del beso dado en el suelo de Bogotá se hizo tan familiar como la de un viejo amigo. A partir de entonces habrá tres días de multitudes ininterrumpidas – dos millones de personas solamente – a lo largo de la carretera entre el aeropuerto y la catedral en la Plaza de Bolívar. Y de entusiasmo y gratitud por ese hombre que vino a llevar con gran humildad el mensaje evangélico de paz al continente rehén de las dictaduras militares.
El denso programa en sólo 72 horas incluye unas veinte citas. No todos ellos acompañados de largos discursos, pero algunos son muy esperados, considerando los interlocutores. Porque Pablo VI se encontrará con los “grandes” de la sociedad, pero también con los pequeños, los campesinos. Y lo que dirá será poderoso, la habitual elegancia del lenguaje nunca a expensas de la claridad. Por ejemplo, cuando a los primeros, “a los hombres de las clases dominantes”, la oligarquía de la riqueza, les pide explícitamente que se desprendan de la “posición estática, que puede ser o parecer privilegiada, para ponerse al servicio de los que necesitan su riqueza”.
Con los campesinos, durante la histórica misa celebrada con 300.000 de ellos, el Papa Montini pronunció una obra maestra de solidaridad que conmovió a todos. Porque nunca los trabajadores de la tierra han escuchado palabras como estas pronunciadas directamente por un Papa: “Conocemos sus condiciones de vida: son para muchos de ustedes condiciones miserables, a menudo inferiores a las necesidades normales de la vida humana. Ahora nos escuchas en silencio: pero nosotros escuchamos más bien el grito que se eleva de sus sufrimientos y los de la mayoría de la humanidad”.
En tres días el Papa Montini deja una marca que durará años. Inauguró el Congreso Eucarístico Internacional y sobre todo la Segunda Asamblea General de los Obispos de América Latina. Y a los pastores del continente, en el que los vientos de 1968 son diferentes a los de Europa, pero siguen estando llenos de tensión, Pablo VI indica la trayectoria de la caridad sin desviaciones. “Nosotros – les decía – repetimos una vez más a este respecto: ni el odio, ni la violencia son la fuerza de nuestra caridad”.