Iglesia Catolica

Pentecostés: Benedicto XVI “Tal vez es necesario que la Iglesia esté menos ‘ajetreada’ en actividades y más dedicada a la oración”

“Para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, tal vez es necesario —sin quitar nada a la libertad de Dios— que la Iglesia esté menos “ajetreada” en actividades y más dedicada a la oración”.

Hoy la Iglesia católica celebra la solemnidad de Pentecostés, una de las fiestas más importantes del año. Por ello, queremos ofrecerles la homilía que el Papa Benedicto XVI dirigió a los fieles en esa solemnidad, también un 31 de mayo, pero hace 11 años.

Queridos hermanos y hermanas:

Cada vez que celebramos la eucaristía vivimos en la fe el misterio que se realiza en el altar; es decir, participamos en el acto supremo de amor que Cristo realizó con su muerte y su resurrección. El único y mismo centro de la liturgia y de la vida cristiana —el misterio pascual, en las diversas solemnidades y fiestas asume “formas” específicas, con nuevos significados y con dones particulares de gracia. Entre todas las solemnidades Pentecostés destaca por su importancia, pues en ella se realiza lo que Jesús mismo anunció como finalidad de toda su misión en la tierra. En efecto, mientras subía a Jerusalén, declaró a los discípulos: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!” (Lc 12, 49). Estas palabras se cumplieron de la forma más evidente cincuenta días después de la resurrección, en Pentecostés, antigua fiesta judía que en la Iglesia ha llegado a ser la fiesta por excelencia del Espíritu Santo: “Se les aparecieron unas lenguas como de fuego (…) y quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (Hch 2, 3-4). Cristo trajo a la tierra el fuego verdadero, el Espíritu Santo. No se lo arrebató a los dioses, como hizo Prometeo, según el mito griego, sino que se hizo mediador del “don de Dios” obteniéndolo para nosotros con el mayor acto de amor de la historia: su muerte en la cruz.

Dios quiere seguir dando este “fuego” a toda generación humana y, naturalmente, es libre de hacerlo como quiera y cuando quiera. Él es espíritu, y el espíritu “sopla donde quiere” (cf. Jn 3, 8). Sin embargo, hay un “camino normal” que Dios mismo ha elegido para “arrojar el fuego sobre la tierra”: este camino es Jesús, su Hijo unigénito encarnado, muerto y resucitado. A su vez, Jesucristo constituyó la Iglesia como su Cuerpo místico, para que prolongue su misión en la historia. “Recibid el Espíritu Santo”, dijo el Señor a los Apóstoles la tarde de la Resurrección, acompañando estas palabras con un gesto expresivo: “sopló” sobre ellos (cf. Jn 20, 22). Así manifestó que les transmitía su Espíritu, el Espíritu del Padre y del Hijo.

Ahora, queridos hermanos y hermanas, en esta solemnidad, la Escritura nos dice una vez más cómo debe ser la comunidad, cómo debemos ser nosotros, para recibir el don del Espíritu Santo. En el relato que describe el acontecimiento de Pentecostés, el autor sagrado recuerda que los discípulos “estaban todos reunidos en un mismo lugar”. Este “lugar” es el Cenáculo, la “sala grande en el piso superior” (cf. Mc 14, 15) donde Jesús había celebrado con sus discípulos la última Cena, donde se les había aparecido después de su resurrección; esa sala se había convertido, por decirlo así, en la “sede” de la Iglesia naciente (cf. Hch 1, 13). Sin embargo, los Hechos de los Apóstoles, más que insistir en el lugar físico, quieren poner de relieve la actitud interior de los discípulos: “Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu” (Hch 1, 14). Por consiguiente, la concordia de los discípulos es la condición para que venga el Espíritu Santo; y la concordia presupone la oración.

Esto, queridos hermanos y hermanas, vale también para la Iglesia hoy; vale para nosotros, que estamos aquí reunidos. Si queremos que Pentecostés no se reduzca a un simple rito o a una conmemoración, aunque sea sugestiva, sino que sea un acontecimiento actual de salvación, debemos disponernos con religiosa espera a recibir el don de Dios mediante la humilde y silenciosa escucha de su Palabra. Para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo, tal vez es necesario —sin quitar nada a la libertad de Dios— que la Iglesia esté menos “ajetreada” en actividades y más dedicada a la oración.

Por: InfoVaticana

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